La Habana es suave, armoniosa, le encanta encantar. Su andar cansino se presenta a suicidio cada vez que hace su entrada triunfal alguna guagua. Los cubanos y cubanitos corren al asalto del medio de transporte más popular de la isla. La horda de gente ataca las puertas y se mete a los empujones para producir el milagro; donde ya no había ni un poquito de lugar, ellos se encajan y entrelazan piernas y brazos para poder caber todos. Y encima, sonríen.
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