lunes, 25 de abril de 2011

Hasta siempre, comandante


Nunca me había pasado algo así. Mármol, bronce, mucho o poco, no importa, esa quietud pasmosa que nada dice y que a veces invita a la foto protocolar para que nosotros, cuando andamos de turistas, nos vanagloriemos de decir “yo estuve”. Qué estúpidos podemos ser a veces.
Ante aquella trampa ideal para echarle flashes a una estatua, tan fría, tan muerta, me sentí increíblemente vivo.
Si fue él, si fui yo, si fue su legado o la magnitud de la escultura, no lo sé. Ver al Che, su imagen imponente, me dejó sentado en las escalinatas del lugar más visitado de Santa Clara, quieto, minúsculo, incapaz de contener el llanto.
Después de padecer el síndrome del turista, lo lloré solito mientras leía su carta de despedida a Fidel grabada sobre mármol, mientras me emocionaba, mientras entendía, por mi cara repleta de lágrimas suicidas, que ese hombre no estaba muerto.

No son mucho más que dos


—¡La pelota, ay compadre!
Tuve la suerte de convivir con Arístides en su casa, dos días. Ese señor tan serio acaba de jubilarse como profesor universitario de marxismo-leninismo, luego de 45 años de ejercicio.
Académico por vocación, me señaló su desinterés por la pelota, como llaman los cubanos a al beisbol.
—No soy el único— se justificó.
—¿No?— lo interpelé.
—Por esta cuadra misma dos o tres más a los que tampoco les interesa.
—Seguro que a esos “dos o tres” no los conocés.
Arístides se delató sin pronunciar palabra. Ahí nomás, delante de mí, se echó a reír todo lo que se le dio las ganas.

miércoles, 20 de abril de 2011

Psicología habanera


De chiquito le tenía mucho miedo a la oscuridad. Tanto fue ese susto que los efectos se extendieron hasta estos días, en los que no hubo quien lograra calmarme esas sensaciones. La Habana me curó sin decir. Esa ciudad tan antigua como entrañable de noche cierra los ojos y no deja que nadie vea. Ni un robo ni nada malo pasa en La Habana, a pesar de la oscuridad.
Rendido ante la evidencia, ahora me temo temerle a las luces de Buenos Aires.

martes, 12 de abril de 2011

Postal


Algunas casas de Cuba tienen olor a humedad; las calles, todas, huelen a dignidad.

Comen y convidan


En Cuba les falta pintura a las casas, resortes a los colchones, accesorios a los autos, calidad a la ropa, variedad a la comida y, sin embargo (en este caso que no se entienda “sin embargo”; o sí), es un país rico.
La gran riqueza se atesora invisible entre las gentes. Cálidos y solidarios, los cubanos socializan con sus visitantes sus casas despintadas, sus colchones hundidos, sus autos viejos y, sobre todo, su comida. En cada lugar que estuve, ante el mínimo amague de esquivar la mesa se me convenció de lo contrario.
Repetían, todos:
—Aquí nadie se acuesta sin comer.
Ese mérito, también es de la Revolución.

martes, 5 de abril de 2011

En la Plaza de la Juventud


Ron, reggaetón, cerveza y el baile sigue y la sangre hierve y los cuerpos se mueven y la fiesta es cada vez más fiesta y la música no deja de sonar y el ron se consume y la cerveza se agota y la sangre es lava volcánica y los cuerpos se contornean pegados y el mundo gira, todo gira, también los cuerpos; es de madrugada, en Cuba se hace el amor.

Algunos críticos


CONSUMO

—Hay veces que no conseguimos shampoo—, se queja una cubana.
—¿Pero comen bien, verdad?— pregunto para hacerle ver.
—Sí, claro.
—¿Todos?
—Sí, todos, m’ijito.
—Ah, porque en Argentina eso no sucede.

OCUPACION

—En Cuba los sueldos no alcanzan— reprocha un empleado estatal.
—¿Y todos tienen trabajo?
—Bueno, la gran mayoría sí.
—¿Y qué pasa con aquel que no tiene empleo?
—El Estado le otorga un seguro.
—O sea que, por mínimo que sea, aquí nadie se queda sin percibir ingresos.
—Digamos que es así.
(Marcar la diferencia entre Cuba y Argentina no me costó ningún trabajo).

EDUCACION

—Ustedes pueden comprarse lo que quieren y pasear en las vacaciones.
—¿Quiénes?— cuestiono.
—Los argentinos.
—Pero vos sólo estás evaluando casos particulares.
—¿Y qué sucede con la mayoría de la población?— pregunta el joven.
—No tiene la más mínima chance de viajar.
—Al menos viven mejor que acá— retruca.
—Evaluemos qué es vivir mejor. ¿En Cuba completa sus estudios TODO aquel que quiere?
—Sí.
—¿Y el gobierno impulsa que todos se eduquen y desarrollen sus conocimientos?
—Ah, eso sí.
—¿Y nadie paga ni un centavo por estudiar?
—Nada.
—¿Tampoco los estudios superiores, como post grados?
—Exacto.
—¿Entonces hay muchos profesionales?
—Muchísimos.
—¿Y eso te parece vivir mal?
—…